El cine nacional nació en 1897 con dos cortometrajes. Muchachos bañándose en el lago de Maracaibo y Un especialista sacando muelas en el hotel Europa fueron los títulos que le quitaron la inocencia a la cinematografía venezolana desde el Zulia.
Desde aquel afortunado atrevimiento de Manuel Trujillo Durán, las películas hechas en el país han atravesado una especie de montaña rusa hasta llegar a este momento histórico en el que se encuentra en un pico alto, gozando de muy buena salud.
Los cortos, sin embargo, no tienen tanta proyección como sus hermanos los largometrajes.
Fue apenas este año, en enero, cuando un audiovisual de menos de 30 minutos de duración tuvo una difusión sin precedentes en el país. Se trató del documental Venezuela sísmica del realizador de origen uruguayo Jorge Solé.
La cinta de 10 minutos fue proyectada durante todo el mes en 220 salas de cine del país en formato 35 milímetros, 75 en formato digital (DCP) y 20 en video (DVD, Blue Ray). La hazaña fue lograda gracias al apoyo financiero del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía y la Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas.
Fue entonces cuando empezó la buena cosecha de 2013. Más de 30 cortometrajes estrenados en 12 meses, participación en casi un centenar de festivales nacionales e internacionales y prestigiosos premios hablan de ello.
Pero ha habido precedentes importantes. Albi de Abreu, Miguel Ferrari, Gastón Goldmann, Alexandra Henao, Hector Orbegoso e Iván Mazza juntaron sus trabajos en 2011 y estrenaron con éxito comercial, en conjunto, Cortos interruptus, algo que no ocurría desde 1981 cuando Carlos Azpúrua, Carlos Oteyza y Jacobo Penzo lo hicieran primero con La propia gente.
El tamaño no importa. Con Sueño Down, Ignacio Márquez obtuvo mención especial como Mejor Corto Internacional en el Festival Corti da Sogni 2013, entre otros reconocimientos.
Para él es importante, pero no imprescindible, que un cineasta realice cortos antes de trabajar en largos. “El cine es un acto narrativo y una película debería ser considerada una obra en sí misma, así dure 5 minutos o 120. Es necesario probar los distintos tamaños para luego poder elegir con cuál o cuáles se está más a gusto”, indica el director de Ley de fuga, su ópera prima.
Sin embargo, para optar por el financiamiento del CNAC, el cineasta que desee realizar un filme debe tener una tarjeta de presentación audiovisual.
El también teatrista cree que ha habido una evolución reciente en la calidad y cantidad de cortos venezolanos, aunque, a su juicio, los dueños de las salas no le dan el apoyo que la ley exige.
Ciertamente la Ley de Cinematografía Nacional, en su artículo número 27, establece que “los exhibidores deberán proyectar en todas sus salas cortometrajes venezolanos de estreno”, algo que en la práctica no ocurre.
José Pisano, representante de Cinematográfica Blancica, señala que sí están en disposición de proyectarlos, pero que para los cineastas resulta costoso realizar las copias digitales o de 35 mm. “Antes de Papita, maní y tostón de Luis Carlos Hueck se colocará el corto Caracas en moto de Daniel Ruiz Hueck, pero porque el CNAC financió las copias”, precisa.
El salto a la web. Carlos Caridad, cineasta y bloguero de cine, está convencido de que el espacio natural para que los cortometrajistas muestren su talento se encuentra en Internet, sobre todo para los que trabajan con financiamiento independiente.
“Ahora puedes filmar más y tener recursos económicos para producir”, afirma. Puede dar fe de un aumento de la calidad cinematográfica del formato en los últimos años y está seguro de que los grandes cineastas del momento hicieron varios cortos antes de los largos.
“Los cortos se hacen para ejercitarse, aunque es poco probable que se obtenga remuneración económica con ellos”, concluye.
El animado da pasos cortos
En los festivales de cortometrajes de tradición como el de Barquisimeto, el Manuel Trujillo Durán y Viart, la categoría de animado suele tener menos competidores.
El corto Flamingo de Carl Zitelmann, inspirado en la canción homónima de la agrupación local La Vida Bohème, es un animado de 5 minutos de duración que se proyectó antes de la película Gravity en Cinex del Tolón.
Zitelmann cree que en los últimos años se han hecho más cortos gracias al apoyo del CNAC, institución que los envía a festivales y los coloca en las salas de cine.
“Cualquiera puede agarrar una cámara digital y filmar un corto, pero hacer más de 30 segundos de animación requiere de mano de obra especializada, equipo técnico y una organización que tiene muy poca gente en Venezuela”, dice.
En ese misma línea declara Clarissa Duque, directora de Galus Galus, cortometraje sobre un indigente caraqueño que participó en la sección Short Film Corner del Festival de Cannes de este año y que recibió mención especial en el Festival internacional centroamericano e internacional de cine Ícaro.
“El cine animado es muy costoso. No todos los directores se arriesgan a trabajar año y medio para hacer doce minutos apenas”, expresa.
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