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Guillermo Garcia: “Todavía me interesa hacer cine en mi país”

El actor Guillermo García / Foto Cortesía Guillermo García no aparecía en la televisión venezolana desde 2012, cuando interpretó a Cornelio Mendoza en Mi ex me tiene ganas, de Venevisión. Ese mismo año se estrenó Azul y no tan rosa, ópera prima de Miguel Ferrari que protagonizó y que ganó el Premio Goya a Mejor Película Extranjera de Habla Hispana.

Hace dos semanas regresó a las pantallas nacionales como Javier, el único extranjero y protagonista de la serie colombiana Los hombres también lloran, que transmite el canal de La Colina.

Destacar en Colombia fue un trabajo arduo, sobre todo por el acento, pero él lo conserva como una grata experiencia. Aunque se mudó a Estados Unidos en junio, regresó a ese país para participar en El soborno del cielo, película que se estrenará próximamente.


En Los Ángeles ha hecho casting para la temporada de pilotos. También cursos para eliminar el acento en la pronunciación del inglés. “Están de moda los latinos, pero solo les gusta el acento de Sofía Vergara”, bromea por teléfono.

La última vez que estuvo en Venezuela fue en diciembre. Dice que cada vez que viene, lo hace con las maletas llenas de medicamentos y otros productos de primera necesidad. “No nos merecemos lo que estamos viviendo”, asegura.


—¿Qué tan complicado fue entrar en la televisión colombiana?

—¡Me costó mucho! Fui seis veces a Colombia antes de conseguir este papel. El primer año me quedé tres meses y cada vez aumentaba la estadía. Viajaba con el dinero que ganaba en Venezuela, cuando se me acababa tenía que volver para trabajar y poder irme de nuevo. Fue todo un proceso, dormía en un colchón inflable en la cocina de la casa de una amiga y cada vez que abrían la puerta de la nevera chocaban con él. Durante ese tiempo hice cursos, me preparé. Lo más interesante que logré hacer fue una audición para un comercial de champú ¡sin tener el pelo bonito! (risas). Quedé preseleccionado junto con el protagonista de Betty la fea. ¡Adivina quién lo hizo!

—Ahora está en Los Ángeles…

—Sí, ahora el cuento es el mismo pero en Estados Unidos (risas). Vine para la temporada de pilotos, aprovecho además para estudiar. Tengo una buena representante, ya he hecho varias audiciones. También hice un curso de reducción de acentos en inglés, porque acá los latinos estamos de moda pero no te quieren escuchar el acento.

—¿Regresaría a Venezuela si le ofrecen un gran papel?

—¡Por supuesto! Todavía me interesa hacer cine en mi país. Lo que se está haciendo ahora es increíble. No solo Azul y no tan rosa, sino Papita, maní, tostón, La casa del fin de los tiempos y muchas otras más. Lo que han logrado es maravilloso. También lo que sucede con nuestro cine en los festivales internacionales es algo importante.

—¿Considera que el cine nacional ha evolucionado?

—Sin duda, los temas han cambiado. Nuestro cine tiene un estigma y es que la gente cree que es un género y generaliza: es de policías, de malandros. Se nos olvida de que detrás de cada película está la identidad del director. Ahora se están haciendo cosas muy interesantes. También hay espectadores que hay que consentir porque apuestan por nuestras historias.

—¿Cuándo fue la última vez que vino a Venezuela?

—En diciembre.

—¿Cómo ve lo que sucede en la actualidad?

—Es imposible separarse de Venezuela. Es la tierra de todos mis afectos. Me duele mucho lo que pasa en mi país y siento una impotencia increíble. Me hace caminar un poco ligero haber apoyado alternativas de oposición. En la medida que puedo hago cosas y también critico. No puede ser que cada vez que vaya a me sienta como un traficante porque llevo desde pastillas anticonceptivas hasta acetaminofén. Mis maletas van llenas de medicinas y no puedo creerlo… Un país en el que tuvimos tanta abundancia.

—¿Se ha encontrado con venezolanos allá?

—Sí, y te empiezas a reconocer por la cantidad de desodorantes que compras. O de cualquier otro producto que no hay en Venezuela. No nos merecemos nada de lo que está pasando. Mi mamá vendía frutas y ahora tiene una clínica odontológica, todo a punta de trabajo. Ella no se lo merece, tampoco la señora que limpia casas, ni los ingenieros, ni los taxistas, ni los médicos. Nadie que trabaje honestamente se lo merece. Estoy en contra de la frase “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.

—¿Y se ha encontrado con otros artistas?

—Sí, claro. Todos estamos en una onda de lograr y hacer cosas interesantes. Es divertido, compartimos información sobre cursos, talleres. Ha sido como volver a la universidad.

Karla Franceschi El Nacional

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