-Yo quería ser cineasta desde que era una niña de 13 años. Me regalaron una camarita y empezaba a armar historias. En mi infancia siempre estuve rodeada de directores de cine, que eran amigos de mis papás. Freddy Siso, Franco Rubartelli, Michael New, Carlos Carrero. Mi familia creía que me dedicaría a escribir, pintar o dibujar, pero cuando pude salir a ver películas sola me gustó mucho más eso que cualquier cosa. Estudié Publicidad porque era lo más cercano al audiovisual que había entonces en Mérida. Mi nombre es Kaori Flores Yonekura y nací allá en 1976.
-Recuerdo que veía muchos filmes venezolanos en los 80. Cangrejo (Román Chalbaud, 1982), Diles que no me maten (Freddy Siso, 1985), Operación chocolate (José Alcalde, 1984). También todas las de Tiburón. Uno de los largometrajes que me hizo saber que quería dedicarme al cine fue Natural Born Killers (Oliver Stone, 1994) por su crítica a la publicidad. Me gradué en el Instituto Tecnológico Universitario Antonio José de Sucre y casi que le dije a mi madre que aquí estaba el título y que haría películas. Presenté el examen en la Escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba, y quedé en el campo de Producción porque no había nada en Dirección.
-Entré en el 97 y salí en el 99. El antiguo Consejo Nacional de la Cultura me dio una beca que cubrió el 20% de los gastos; el otro 80% lo pagó mi familia. Vi clases y seminarios con Francis Ford Coppola, con los hermanos Joel y Ethan Coen. Al terminar viajé a España, a Guatemala. Al volver a Venezuela hice de asistente de Carlos Azpúrua en la reforma de Ley de cine, produje documentales para la televisión, también para el Ministerio de Cultura.
-Hice tantas películas sobre derechos humanos, sobre indígenas, sobre su cultura, que luego pensé que debía hacer algo sobre mi propia comunidad. Yo soy una "nikkei", que es el término con que se designa a los inmigrantes japoneses y todos sus descendientes. Tenía 30 años y no sabía quién era. Comencé a cuestionarme sobre cómo llegué hasta acá. Me di cuenta de que había cosas de mi vida que no sabía, el cómo habían venido mis abuelos en los años 20 a Venezuela. Hubo un asunto de memoria genética que empezó a aflorar. Recurrí a mis recuerdos, a los cuentos de mis tíos, las fotografías. Todo se hizo en fragmentos.
-Nikkei, mi ópera prima cinematográfica que desde el viernes está en la cartelera, es un documental sobre mis raíces. Tenía un poco de temor por saber si una cinta íntima y personal le pueda interesar al resto. Hasta que al exhibirla en los festivales muchas personas se acercaron para decirnos que los había motivado para buscar las historias de sus familias. No es sólo una película para inmigrantes, es una película para el público latino.
-El documental se exhibió en 23 certámenes internacionales. Perú, Uruguay, México, Bolivia. Quiero terminar la promoción de Nikkei para dedicarme de lleno a mis otros proyectos. Ya hay un documental en planes sobre la cosmovisión Wayuu. También me llamaron para dirigir uno sobre la historia del cine desde las cabinas de proyección hasta hoy.
-Quisiera luego hacer ficción. Ya tenemos un guión sobre un pueblo en el que nunca pasa nada hasta que aparece la mancha de una virgen en una piedra y todo se convierte en un parque temático manipulador. Hay, además, otro proyecto que escribió Manuel Chávez sobre una prostituta de 65 años. Buscamos un director porque es una historia muy masculina. Yo prefiero relatos íntimos. Por eso me gustan las cosas narradas en primera persona.
dfermin@eluniversal.com
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